El comedor universitario de la Universidad La Molina no solo nutre a los futuros ingenieros agrónomos del país, sino que también permite que cada día eche a andar el primer bus ecológico que moviliza a estudiantes y profesores, gracias al aceite vegetal que es desechado todos los días de la cocina y que permite la elaboración de biodiésel. Esta experiencia, no sería la única, pues también se habla de ejercicios individuales, casi como si fuese un mito urbano, de personas que recorren por las noches restaurantes, pollerías y chifas recogiendo esos aceites requemados para, en base a una refinería artesanal, obtener biodiésel y hacer funcionar a bajo costo los motores de sus vehículos.En estos ejemplos se mezcla el espíritu de innovación y el deseo de encontrar una solución práctica al incremento de los precios de los combustibles. Sin embargo, la discusión central que aún el gobierno de turno no parece tener claro, es si los combustibles limpios (biocombustibles como el etanol y el biodiésel que usa aceites y semillas) serán parte de una política de promoción en aras de cumplir con el Protocolo de Kioto, que habla de reducir en todo el país en 5% las emanaciones de gases que originan el efecto invernadero entre el 2008 y el 2012.En momentos en que los conductores aún no asimilan como parte de la oferta vehicular al gas natural, parece intrépido hablar del nacimiento de un nuevo mercado alternativo.Los proyectos de inversión privada de empresas como Maple, o de Agroenergía (Grupo Romero) que esperan producir biocombustibles, parecen ofrecernos una lectura distinta, por lo que, en quizá algunos meses más no sería inusual llegar a un grifo para llenar el tanque del auto y distinguir en la oferta a combustibles con un componente de entre 5% a 10% de biodiésel o etanol.