Por Alfredo Thorne, exministro de Economía y Finanzas.El 30 de agosto, el Gobierno presentó al Congreso su presupuesto para el 2026. En una primera lectura, parece bastante responsable con un aumento del gasto nominal de 2,3% con respecto al del año anterior, 0% si se ajusta por la inflación, y con una meta de déficit de 1,8% del PBI, menor a la de 2,2% para este año.Sin embargo, como si fuera una novela, conforme uno lee los detalles empiezan a aparecer las sorpresas. Una es la asignación entre el gasto corriente y de capital. El primero aumenta en 2,3% en términos reales, mientras que el segundo se contrae en 12,6%; y el de inversión cae en 15,2%, a los niveles del 2022, lo opuesto a lo recomendable. Por ejemplo, según estudios del FMI, por cada sol asignado al gasto corriente el PBI aumenta en solo S/0,50, mientras que en el caso del gasto de capital es S/1,50. Más difícil de estimar es cómo ha beneficiado el Gobierno a sus regiones preferidas porque estos cambian mucho entre el presupuesto de apertura y el modificado, que se realiza durante el año. Pero si tomamos el primero por región -incluyendo el gobierno regional y municipalidades, y con respecto a su PBI-, no debe sorprendernos que la preferida es Ayacucho, que tiene la segunda mayor asignación, equivalente al 23% de su PBI, después de haber sido 24% y 25% en los dos años anteriores. (Edición domingo).