Por Iván Arenas.Ni en la pasada década de 1980, en aquellos momentos de mayor auge orgánico (cuando era una de las más poderosas del subcontinente), la izquierda pudo ganar unas elecciones presidenciales. Tuvo que pasar una buena porción de años para que ganara un Pedro Castillo que fue más un accidente de la política que una construcción de izquierda seria, orgánica y de bases. ¿Qué fue Castillo? Mejor dicho, ¿de qué estaba hecha la victoria de Castillo? De varios retazos se construyó ese muñeco. La construcción de la victoria de Castillo era una mezcla de capitalismo informal/ilegal, nuevas clases medias emergentes que reclamaban (y reclaman todavía) un lugar en la mesa del poder, conservadurismo de instituciones populares, antilimeñismo y sentido de la oportunidad. Pero, además, Pedro Castillo tenía una "infraestructura" organizativa altamente ducha con operadores del "maoísmo extremo", brazo divergente del Sutep, y una red de "operadores" ronderos; muchos de ellos son también profesores (y ahora jueces y fiscales, hay un "boom" de estos profesionales gracias a universidades tipo Alas Peruanas). Y cómo no, al final del torneo hubo mucho antifujimorismo. El "anti" irracional.Pero para resumir, Castillo era un antiestablishment. Un antiestablishment cultural, económico y político; con un relato simplificado de las alambicadas y complejas teorías decoloniales ("no más pobres en un país rico"). Antes, vale decir que antiestablishment puede ser quien pretenda serlo. Milei, Bukele, Trump, incluso el propio Vizcarra o el fujimorismo de primera hora, porque para ser antiestablishment primero tienes que nominar el establishment. La política, casi siempre, es un "ellos - nosotros". El "agonismo" que le dicen.