Por Rafael Belaunde Llosa.El jueves 4 de septiembre, por la noche, una violenta explosión remeció la urbanización Las Quintanas en Trujillo, destruyendo dos casas por completo y dejando una treintena más de viviendas afectadas. El pasado 14 de agosto, también en Trujillo, en la avenida Perú, otra vivienda fue blanco de un atentado con explosivos, dejando esa y decenas de viviendas más con severos daños estructurales. Trujillo vive los efectos de la escalada de la violencia, producto de la predominancia del crimen organizado y su íntima vinculación con la minería criminal de Pataz, desde donde proveen los explosivos para estos atentados. Esto ocurre ante la impavidez, desidia y negligencia cómplice de las autoridades nacionales y regionales que han renunciado al ejercicio de sus responsabilidades y rendido la ciudad al crimen organizado, mientras se dedican a pasear por el mundo y disfrutar de las frivolidades que el mal ejercicio del cargo puede traer.Este deterioro de la seguridad ciudadana y escalada violentista, que nos retrotrae a los años más duros de la guerra contra el terrorismo, es la consecuencia del sostenido avance de la minería ilegal en Pataz y la criminalidad vinculada a ella.