Por Diego Macera,, director del Instituto Peruano de Economía (IPE).Habría que estar algo loco para defender la institucionalidad del Perú como un parangón de virtudes y fortalezas. ¿Acaso no hemos tenido siete presidentes en los últimos 10 años? Nuestro ministro del Interior promedio dura menos que el Mundial de Desayunos (aproximadamente tres meses). La mayoría de los partidos políticos -y vaya que son varios- no son mucho más que grupos de personas cuya única afinidad es buscar alguito de influencia personal. Si se encuentra una idea de política pública por ahí, es casi de casualidad. El Poder Judicial hace agua y el conflicto dentro de la fiscalía es de vergüenza ajena (aunque quizá debería ser propia). Las mafias de todo tipo acechan. ¿Quién, pues, en su sano juicio, podría estar conforme con las cosas así? Peor aún: ¿quién podría sentirse tranquilo con las elecciones generales a poco más de seis meses? Y, sin embargo, el Perú resiste. El monotema de cualquier extranjero cuando habla sobre el Perú es su sorpresa sobre la resiliencia del país y de su economía frente a la tómbola de presidentes encarcelados. Aparecen historias sobre cuerdas separadas (que existen solo en cierto imaginario colectivo). Se buscan otras explicaciones más o menos esotéricas. Algunos especulan que en realidad la informalidad es nuestra arma secreta contra los vaivenes políticos. Si la mayoría de las personas vive ajena a las normas, razonan, entonces un presidente más o un presidente menos no importa. Esto no es cierto, pero ahí sigue el mito.(Edición domingo).