Por Santiago Pedraglio. Como es natural cuando se acerca el tiempo de elecciones, los temores surgen múltiples e intensos, incluso con más bríos que las preferencias. Porque sí: las personas votan por afinidades, intereses, empatías, intuiciones y coincidencias, pero también movidas por temores. Unos le temen al surgimiento de un nuevo Pedro Castillo, esta vez venido del sur, del Cusco, Apurímac o, sobre todo, de Puno. En el imaginario electoral, esta macrorregión se ha convertido en la contraparte política de Lima. Más transversal es el temor al fortalecimiento político -ya no solo social- de la minería informal y la ilegal, y su filtración en el terreno de las elecciones no solo vía recursos, sino también de elección de sus representantes. Recordemos que estas minerías movilizan mucho dinero -algo más de 4.000 millones de dólares anuales- y que, al estar extendidas en el territorio, se quiera o no dan trabajo y dinero a los numerosos compatriotas que se vinculan con ellas. Temores compartidos son, también, que la seguridad ciudadana no sea una prioridad efectiva o que se piense que este complejo problema se resuelve solo con "mano dura", negándose a ver experiencias de países como México y Colombia. Que gane un candidato autoritario tipo Donald Trump o un Javier Milei a la peruana -que, como este último, considere que "el Estado es la representación del Maligno en la Tierra"- es un temor determinante para otros.