Por José Ricardo Stok. Hace poco hablaba de algunas rémoras de las que deben despojarse los empresarios para servir a la sociedad. Constatamos, día a día, que hay muchas necesidades y personas necesitadas que nos reclaman atención. Enseñaba Aristóteles: "De qué sirve la abundancia de bienes si no somos capaces de hacer el bien". Ayudar a los demás, en la medida de lo posible... y no me refiero solo a lo económico: hay soledad, tristeza, desesperanza -un caldo de cultivo para políticos inescrupulosos y el nefasto populismo-. Dar sin pedir a cambio cuando uno está en posición de colaborar: no podemos pasar sin ver la necesidad con la que convivimos. En los momentos de dificultad se pone a prueba el espíritu empresarial. Conozco muchos empresarios valientes, esforzados y comprometidos con cambiar el entorno, pero hay muchos más que parecen ponerse de costado y generan daño a la empresa. Nadie duda que hoy en día los riesgos son enormes, pero si uno se siente capaz de integrar un grupo de personas con el ánimo firme de crear valor y lograr cambios positivos, aceptar el desafío es casi un deber. Es difícil, sí, pero no es imposible. No lo es cuando las personas tienen claro que ningún objetivo puede contradecir los principios fundamentales de la vida del ser humano, la moral, las buenas costumbres, los preceptos éticos. No lo es si se tiene claro que ningún fin justifica los medios.