Por Alejandro Pérez Reyes, CFO de Credicorp y del BCP.Una de las primeras cosas que nos enseñan en el colegio, cuando aprendemos sobre el Perú, es que somos un país rico en recursos naturales. Que la existencia de nuestra costa, sierra y selva da origen a una biodiversidad única. Que nuestro mar es el hogar ideal para una cantidad excepcional de especies marinas. También que somos un país minero y que metales como el oro y la plata han sido protagonistas en nuestra historia.Hoy somos los terceros exportadores de cobre en el mundo y estamos entre los más importantes cuando se habla de zinc, plata, estaño y oro. Esta potencia explica alrededor del 10% de nuestro PBI y se traduce en beneficios tangibles para todos. En mayo, por ejemplo, según el BCR, el sector empleaba de manera directa a 127.000 personas, y se calcula que ocho veces eso de manera indirecta. Asimismo, en el 2024, su recaudación fiscal fue de S/18.384 millones, equivalente a más del 7% del presupuesto público y a casi el 12% del total de ingresos tributarios de ese año. Y esto último solo ha mejorado. Si entre el 2017 y el 2020 el promedio de recaudación fue de S/9.965 millones, en los últimos cuatro años fue de S/21.394 millones.Además, la minería genera beneficios más allá del negocio per se: obras por impuestos, infraestructura básica en zonas alejadas de las principales ciudades, apoyo a programas educativos y sociales, y una cadena productiva que dinamiza la economía.Sin embargo, aunque el impacto positivo de la minería es evidente, hay algunos factores que no nos permiten sacarle el máximo provecho. Para empezar, por años ha existido una fuerte oposición política a la minería formal, así como una pesada carga burocrática y claras ineficiencias estatales que han ralentizado su crecimiento.