El interlocutor no podía ser más idóneo (el director general de la Organización Internacional del Trabajo, OIT, Juan Somavia). El tema era igualmente importante: la necesidad de fortalecer los sindicatos en el país. Sin embargo, la oportunidad (y el énfasis en las pequeñas y medianas empresas) para abordar el asunto quizás no era la mejor.Sobre todo cuando se ha reiterado el negativo actuar de la cúpula sindical del Sutep y cuando algunos parlamentarios pugnan por resucitar figuras anquilosadas como la estabilidad laboral, buscando demagógicamente los aplausos de las tribunas antes que el interés nacional.Por principio, defendemos firmemente los derechos laborales de los trabajadores, que incluyen la formación de asociaciones gremiales y sindicatos dentro de las empresas, en las que deben contribuir a generar resultados que finalmente beneficien a todos. El riesgo, como hemos visto en las últimas décadas, es que estos gremios sean secuestrados por grupos políticos que los manipulan a su antojo para convertirlos en bastiones de confrontación ideológica o política, con lo cual desvirtúan su razón de ser.Por lo demás, en un país donde el 80% de las empresas son informales y la experiencia sindical ha sido, en líneas generales, muy negativa, al punto de convertirse en una barrera para el desarrollo (el Sutep, la CGTP, etc. son muestras de ello), lo que debe hacer el Estado es dar incentivos precisamente para formalizar, generar riqueza y crear empleo adecuado. Los extremos son siempre eso, irreales y exagerados, por lo que tienen que evitarse, mucho más cuando se trata de delinear políticas de Estado que deben estar fuera de cualquier matiz más propio de una campaña. En el caso bajo comentario, hay que buscar el justo medio basado en la promoción de la empresa formal que nos catapulte al desarrollo, tribute al fisco, pague salarios justos y comparta sus beneficios con sus trabajadores en un clima de armonía laboral.