LA JEFATURA DE ESTADO QUE EL PAÍS NECESITA
16 de enero de 2007

Es inocultable que las reiteradas apariciones públicas del presidente Alan García y sus discursos sobre los más diversos tópicos le generan un liderazgo de coyuntura; aunque está por verse hasta qué punto es útil para un buen gobierno y para una política de Estado ponderada.Y es que más allá de las cualidades oratorias del jefe de Estado y su comprensible vivo sentido de la realidad social, resulta necesario advertir la necesidad de que evite prematuros desgastes y que deje a sus ministros dar la cara en el manejo del día a día. Sus intervenciones sobre cómo denunciar a un chofer de transporte público que maneja a exceso de velocidad; la forma en que se puede lograr una licencia de construcción o hacer de promotor turístico ante los presidentes de clubes departamentales, bien podrían ser labores propias de los ministros o directores generales en lugar de ocupar el tiempo del jefe de Estado. No se puede ser padrino en todos los bautizos. No le pedimos aquí sino lo que él mismo comenzó haciendo desde el 28 de julio pasado, es decir, imponiéndose orden a sí mismo e imponiéndoselo al país.En momentos que el país avanza de forma sostenida y con las promisorias cifras macroeconómicas para este 2007, conviene que junto con una política económica responsable, el Gobierno preserve un clima social sosegado y un ambiente político relativamente moderado con el fin de emprender las grandes reformas, donde de hecho sí habrá resistencias serias que vencer y donde su liderazgo hace realmente falta.Todos reconocen la buena labor del Gobierno al haber puesto cierta serenidad en el país en medio de signos de convulsión social que eran la prolongación de una disputada campaña electoral. Asimismo, fue una grata sorpresa notar a un mandatario que tras ciertos excesos verbales de campaña, cambió su propio discurso para tender puentes a favor del diálogo y del respeto a las discrepancias.Todo ese buen clima parece ahora de pronto crispado debido al ruido que genera una propuesta tan polémica como el referéndum para la aplicación de la pena de muerte para terroristas. Nos parece bien que el presidente haya comentado que ya no tratará el tema y solo resta esperar que cumpla. No porque la propuesta tiene supuesto respaldo popular, merece necesariamente ser atendida. Como ejemplo está el cierre del Congreso en 1992 que tuvo un alto apoyo de las calles pero resultó nefasto para el orden democrático.Asimismo, cabe mencionarse la crítica realizada por Lourdes Flores Nano, quien ha pedido calma al presidente García y advertido que esa misma obstinación por ciertos temas nos recuerda al jefe de Estado que nos condujo al fracaso entre 1985-1990 y no al estadista que el país hoy requiere.En esa dirección, el presidente de la República debe entender que el reto para el 2007 consiste en aplicar las reformas sociales para concretar una efectiva lucha contra la pobreza y en el marco de una reforma mucho más grande, la del Estado. Esas grandes tareas corresponden a un estadista que no debe perder tiempo ni enfrascarse en discusiones que no nos llevarán a buen puerto. El Perú necesita un buen timonel hoy que existe una ruta clara para el crecimiento económico y el desarrollo social, de la cual no debemos desviarnos y ante la cual debemos trabajar con mayor cohesión política que nunca.