Dos días atrás, la presidenta Boluarte cargó una vez más contra sus críticos y los llamó "enemigos de la patria". De más está decir que aquello fue un abuso retórico. Quien ejerce la presidencia personifica a la nación, pero no es la patria. Más allá de eso, sin embargo, lo que la gobernante no termina de entender es que su peor enemiga es en realidad ella misma. Las críticas de sus opositores tienen que ver sobre todo con su inacción frente a problemas tan graves como el de la criminalidad desatada en el país y con la imagen de frivolidad que proyecta. Las cirugías estéticas negadas, la ostentación de joyas y relojes de lujo de origen sospechoso, y los ímpetus viajeros contrariados en el contexto de la crisis de seguridad que se vive dentro de nuestras fronteras son sin duda los ingredientes que han alimentado tal imagen. Pero la mandataria no parece comprenderlo e incurre en un enésimo desatino: promover un aumento de sueldo para quien ejerce la jefatura del Estado. Es decir, en este caso, para sí misma.