Por Richard Arce.Los crímenes execrables en Pataz, que fueron filmados y vienen circulando en las redes sociales, son realmente estremecedores y muestran una barbarie sin límite, hieren cualquier susceptibilidad. Se ensañan con las víctimas, los torturan, los queman vivos y finalmente los ejecutan con armas de largo alcance. Crímenes indescriptibles, que nos muestran la decadencia de la sociedad y cómo la ambición por el oro está llevando a territorios liberados en el Perú, donde el hampa impone su ley.Pero esto no es casualidad, es producto de un plan siniestro para que la delincuencia se sienta empoderada y campee en territorios donde las economías ilegales están en bonanza económica. Es por ello que generan este espiral de violencia para que sus negocios salgan a flote y puedan seguir lucrando sin importar la sangre de las víctimas. Los ajustes de cuentas son el pan de cada día en pueblos como Pataz. Pero podríamos sumar otros en el sur del país, como los alrededores de Caravelí y el Pedregal en Arequipa, la Rinconada en Puno, la Pampa en Madre de Dios y hasta en Apurímac, donde el auge de la minería ilegal se impone a punta de balazos y crímenes silenciados.Esa es la realidad que se vive ya desde hace un tiempo, con la agravante de que ahora se ha profundizado la violencia, y las bandas delincuenciales que controlan la explotación del oro están haciendo de las suyas, porque la minería ilegal es absolutamente rentable, inclusive más que el narcotráfico, por lo que muchas de estas mafias han virado de negocio.