Por Jorge Solís.La empresa estatal es a todas luces inviable, con una deuda de US$8,470 millones, geométricamente superior a sus activos, lo que significa que está herida de muerte. No obstante, la necedad llevó a realizar una operación de salvataje de US$3,852 millones, medida insulsa solo para satisfacer el impulso populista que inspira a este gobierno y a los anteriores, que pretendieron hacer de Petroperú una empresa bandera, y terminó siendo una infamia a costa del bolsillo de todos los peruanos. Lección de mentes afiebradas y retrógradas que solo causan miseria. No es que pretenda anatemizar, pero Petroperú siempre fue botín de la más vil corrupción; por ejemplo, invirtieron más de S/8 millones para cambiar el logo, amén de otras imprecaciones. El punto de mayor dolor es la Refinería de Talara, siendo de ripley que en el gobierno nefasto de Pedro Castillo, se tuvo que importar petróleo de Ecuador para probar su funcionamiento, armatoste que le terminó costando al país la friolera de US$6,500 millones. Petroperú es un enfermo terminal. En efecto, ha perdido grado de inversión, con el consecuente cierre de líneas de crédito, debido a su calificación crediticia de grado especulativo, su única opción es recurrir a permanentes transfusiones de recursos fiscales. Sangría que termina afectando el equilibrio fiscal, y, en todo caso recurriendo al artificio perverso de impeler a otras instituciones del Estado como el Banco de la Nación, a transferir recursos poniendo en riesgo su estabilidad, que por angas o por mangas son recursos del fisco.