Una de las claves del relativo éxito de la economía peruana durante las primeras dos décadas del siglo XXI fue el celo del principal guardián de la caja fiscal: el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF). Desde las reformas de los años 90, el MEF ha sido tradicionalmente un buen defensor de la responsabilidad en el equilibrio entre ingresos tributarios y gastos fiscales. Como resultado, el Perú tiene uno de los niveles de deuda pública más bajos de la región como proporción de su producto, y es buen sujeto de crédito en el exterior. O esa era por lo menos la historia hasta hace poco. De un tiempo a esta parte, la capacidad e interés del MEF para cumplir con sus responsabilidades fiscales se han diluido.Una narrativa conveniente para el MEF es que es en realidad el Congreso, y no el Ejecutivo, el ente que amenaza la estabilidad de las finanzas nacionales. Razón no le faltaría en este argumento. Desde la irrupción del COVID-19, los sucesivos Congresos han demostrado poco o ningún interés por mantener las cuentas balanceadas.