Nunca hubo, a decir verdad, muchas expectativas sobre el gobierno de Dina Boluarte. Su trayectoria profesional no era destacable. Su experiencia política, pobre. Su rol en el Caso Los Dinámicos del Centro nunca quedó del todo claro. Y es, vale recordar, el tipo de persona que accede a integrar una plancha presidencial con Vladimir Cerrón y Pedro Castillo bajo el radical plan de gobierno del primero, y luego a participar activamente de todos los gabinetes del segundo. Y, sin embargo, luego de la desastrosa gestión de Castillo, la sucesión constitucional ordenaba que debía ser ella quien tomase las riendas del Perú, por lo que no quedaba sino confiar en que su administración lograse mantener un país estable -iniciando procesos de recuperación institucional y económica- hasta completar el período presidencial.En más de un sentido, no obstante, el gobierno de Dina Boluarte se siente como una mera continuidad del de su predecesor. Es cierto que sus elecciones de miembros de Gabinete son mejores, y que la visión del Estado Peruano como botín personal del presidente y de sus allegados es menos prevalente, pero las imágenes de ambas gestiones empiezan a fundirse entre ellas.