Por Carlos Basombrío Iglesias, analista político y experto en temas de seguridad.Desde hace mucho. Entre 1848 y 1855 tuvo lugar la fiebre del oro en California. Cientos de miles de personas emigraron para allá, desde el resto de Estados Unidos y de otros países. Una parte se enriqueció, y mucho, pero cuando bajó la fiebre y el delirio concluyó, la mayoría se percató de que seguían con lo poco que llegaron.Lo anterior ayuda a dimensionar la magnitud del problema que enfrentamos en un país precario, con complejidades geográficas enormes, con un Estado débil y mucho corrupto, así como poblaciones rurales en pobreza o pobreza extrema siendo partícipes.La fiebre de hoy se explica por precios a casi US$2.200 la onza; o sea, un kilo de oro vale US$70.000. Este se extrae legal o ilegalmente en todo el territorio. Al contrastar lo que la Sunat registra como oro exportado con lo que el Ministerio de Economía y Finanzas señala como producido legalmente, el ilegal, debidamente lavado y no precisamente con detergente, llega casi a la mitad del total nacional; a saber, al menos a US$4.000 millones al año.¿Cuántos mineros no formales hay en el Perú? No se sabe, pero los estimados fluctúan entre 150.000 y 300.000, involucrando además de diferentes maneras la economía de no menos de un millón de personas. Hay dos ámbitos de donde el oro se extrae. El de los ríos, en donde la minería no puede ser legal, porque se basa en la destrucción salvaje del medio ambiente dada la gran cantidad de mercurio que requiere. Allí, los nativos se pliegan como mano de obra o pasan por encima de ellos, asesinando a los líderes que se oponen. La otra minería se da en socavones precarios en los yacimientos en los que se esconde. En este segundo caso, cumpliendo determinadas condiciones, pueden ser formalizados.