Desde hace varias semanas, se han venido reportando varios escándalos políticos que involucran o bien a algún(a) congresista en particular o, en algunos casos, al Parlamento en su conjunto. Los ya conocidos congresistas "mochasueldos" son claramente un ejemplo de lo primero (aunque no el único). Mientras que, como ejemplos de lo segundo, destacan decisiones como el uso aparentemente inapropiado y políticamente torpe de los viajes, las mejoras en el "buffet" legislativo o la incapacidad de priorizar los asuntos que más le importan al país, como el debate sobre el adelanto de las elecciones generales.En una democracia más sólida y funcional, una avalancha así de casos y decisiones polémicas y que desprestigian aún más a nuestra clase política tendría que dar lugar a una avalancha similar de respuestas audaces y rápidas de, cuando menos, un grupo relevante de congresistas. No hay que olvidar que, además de legislar, el rol principal de este poder del Estado es fiscalizar y ejercer un control político de otras autoridades, incluyendo a sus propios colegas. Lamentablemente, esto no es ni lo que suele pasar ni lo que ha pasado esta vez por aquí.