FARRA PETROLERA
14 de diciembre de 2004

Petroperú, la empresa estatal que financió la remodelación de Palacio de Gobierno con lujosísimos muebles Canziani, ha obtenido el pasaporte al cielo. Ahora podrá, de aprobarse la ley que se viene promoviendo en el Congreso, hacer las inversiones que su directorio considere oportunas. Ya no tendrá que pasar por la evaluación del Sistema de Inversión Pública. ¿Para qué tendría que pasar por el rasero de los técnicos si tiene de presidente a una luminaria petrolera, un señor que hace declaraciones visionarias sobre el futuro de la empresa en un español tan castizo que uno termina confundido pensando que, quizás, se trata del gerente de la empresa española Repsol?Esta empresa que compite abiertamente en el mercado de hidrocarburos, que cada día inaugura más estaciones de servicio, que tiene la intención de iniciar trabajos de exploración petrolera, no tendrá que pedirle permiso a nadie para emprender las increíbles aventuras empresariales con las que su presidente sueña todas las noches. Qué suerte poder hacer descalabros con el dinero de otros, sin pedirle permiso a nadie. Qué suerte que si te va mal no haya costo, porque, total, son 23 millones de peruanos los afectados; es tanta gente, que no es nadie. Qué suerte que al Congreso de la República no le importe que exista una Constitución que dice que la actividad empresarial del Estado es sólo subsidiaria. Qué suerte que cuando haces cosas raras con el dinero de la empresa, que cuando contratas gente con hojas de vida que no calzan con las necesidades del negocio, no suceda nada. Qué suerte no estar amenazado con impuestos que el resto de negocios sí pagan, especialmente si se tiene en cuenta que compites con algunas empresas que no tienen estos beneficios.Al mismo tiempo que el señor Narváez recibe este regalito navideño, el resto de peruanos sufrimos con la amenaza de nuevos tributos, con servicios públicos miserables, con una burocracia que crece para calmar los apetitos de los correligionarios, con un Congreso que es incapaz no sólo de legislar, sino de limpiarse las manchas que le crean algunos de sus miembros. Toda esta farra la pagamos los peruanos. Con nuestros impuestos, cada vez que nos pagan nuestro sueldo y le arrancan una tajada o cuando compramos una cajetilla de cigarrillos, un galón de gasolina o una cerveza y tenemos que dejarle al fisco un diente de regalo. Así es nuestro país, el hogar del embudo, donde la parte angosta nos toca siempre a los que andamos de a pie y el lado ancho al que gobierna, señala Leonie Roca en su columna "Esquina de Papel".