El Perú está de duelo.Quien fuera ministro de Estado dos veces, diputado, presidente de su cámara y luego del Congreso, y quien ostentara la primera magistratura del país --en la más crucial y dramática transición que le haya tocado vivir-- ha partido de este mundo en medio de sentidas y muy justificadas expresiones de tristeza; aquellas que solo reciben los grandes hombres, los que hacen de su vida una entrega y defensa constante y permanente por la democracia, la justicia y los derechos humanos.Y se despide de un país diferente que, si bien afronta aún múltiples problemas y retos difíciles de alcanzar, muestra también un nuevo perfil en lo político, en lo económico e incluso en lo social. En definitiva, un Perú distinto, con el que Valentín Paniagua Corazao contribuyó a lo largo de su existencia en general y en los últimos años, en particular.Bien podría decirse que Valentín Paniagua no solo comparte con el presidente Fernando Belaunde Terry el honorífico reconocimiento de haber sido un estadista cabal. También fue un peruano de bien, un hombre honesto que, hasta los últimos momentos de su vida, trabajó arduamente por la concertación, sobre todo en los momentos más críticos y difíciles de nuestra vida nacional.Son tres las etapas que todo peruano tiene que reconocer en ese hombre justo, moral y sabio que fue el ex presidente.La primera corresponde a los años iniciales de su vida política, cuando pasó del escenario universitario, como alumno brillante y dirigente estudiantil en el Cusco, al escenario del partido, primero en las filas de la democracia cristiana y luego en Acción Popular, partido al que ayudó a consolidar junto con otros líderes colaboradores de Belaunde. Así, pronto destacó no solo como el parlamentario más joven, sino también como el ministro más joven, en la cartera de Justicia durante el primer gobierno de Acción Popular. En el segundo mandato, igualmente, ocupó la cartera de Educación.La segunda etapa está representada por su desempeño en la Presidencia de la República, cuando, luego de la barbarie fujimorista, supo dirigir el país en esa etapa de reconstrucción de la democracia, de estabilización política y de consolidación de la gobernabilidad. Y lo hizo de forma exitosa e impecable, con la misma lucidez, maestría y ponderación con que dirigió la cátedra universitaria, para después cumplir con un ejemplar proceso de transferencia del poder al nuevo gobierno. En la tercera etapa salió a flote nuevamente el Paniagua demócrata, cuando se convirtió en uno de los gestores de una nueva mesa de diálogo que permitió arribar más tarde a un acuerdo nacional para la democracia.Su espíritu concertador lo acompañó hasta el final, con la misma intensidad con que peleó por el respeto al orden constitucional y la reforma del Estado.Su impronta en la política nacional es, pues, profunda. Las campanas de la Catedral de Lima, donde ayer se velaron sus restos, nos recordaron su ejemplar quehacer en este Perú nuestro que ayudó a formar, en una labor que las nuevas generaciones, sobre todo aquellas integradas por jóvenes políticos, deberán continuar. Allí tienen un ejemplo por seguir.Descanse en paz, señor presidente.