Faltaban 10 minutos para la 1 de la tarde del 15 de enero. Más de diez veleros navegaban frente al mar del Callao para participar en una fecha del torneo válido para el ránking nacional de vela. Debían recorrer un área de 40 kilómetros, que abarcaba hasta Ancón. Los veleristas comenzaron a imaginar maniobras para poder ganar velocidad, pero la competencia no comenzaba por una razón elemental para este deporte: no había vientos.Uno de estos experimentados veleristas es Alec Hughes.En aquel momento, intentando ganar una mejor posición, Hughes dirigió su embarcación en dirección a la costa y, sin planificarlo, se situó entre la línea costera y el punto exacto donde el buque Mare Doricum descargaba petróleo hacia La Pampilla.En determinado momento, entre las 3 y las 5 de la tarde, sintió un ruido estridente, muy fuerte, que provenía del buque. "Fue un sonido metálico, casi como un estallido, y dos minutos después hubo otro", recuerda. Vio a su alrededor, y la situación no hacía presagiar nada extraño. "El mar estaba plano, no había oleaje, no había vientos, ninguna condición particular", recuerda.(Edición sábado).