Entre los deslustrados récords que este gobierno ha roto en sus primeros cinco meses de ejercicio está el de la aprobación presidencial. Jamás un mandatario fue tan consistente en su progresiva pérdida de credibilidad ante la ciudadanía. Desde que fuera elegido, Pedro Castillo solo ha ido para abajo en prácticamente todas las encuestas; ni siquiera ha tenido una momentánea fugaz remontada, quién sabe si por algún acierto o propuesta que a la gente le diera -ya que no seguridad- al menos esperanza.Por más pomposos y ambiciosos que fueron sus anuncios de grandes proyectos, presuntamente transformadores o beneficiosos para las mayorías del país, los sismógrafos de la aceptación popular no se movieron nunca ni un milímetro en su favor. Lo suyo, su imagen pública, su figura política como jefe de Estado, solo se precipita cuesta abajo en la rodada.