Mucho ruido, pocas nueces (o ninguna) y una ausencia sugestiva, tal podría ser la descripción sintética del presunto balance de los cien días de gobierno que ayer ofreció el presidente Pedro Castillo al país.Aparatosamente publicitado y dominado por el claro ánimo de una puesta en escena (no en vano el jefe del Estado y muchos de sus ministros se trasladaron hasta la Plaza de Armas de Ayacucho para la ocasión), el mensaje, para empezar, abundó en promesas y escamoteó los recuentos que es lo que supuestamente debería caracterizar a un balance. Anunciar un paquete de reformas contra la corrupción o el retorno de los escolares a las clases presenciales en marzo del 2022 no constituye, en efecto, esfuerzo alguno de evaluación de lo ya realizado. Y lo mismo puede decirse de la creación de una comisión de alto nivel "para iniciar el proceso del diálogo directo" con las empresas que tienen deudas tributarias o de la próxima firma de una norma que prohíba que los funcionarios del Estado viajen en primera clase. Esos son, a lo sumo, compromisos para un vago futuro que, por añadidura, llevan grabado el sello indeleble del populismo. Es decir, que buscan el aplauso de la tribuna antes que el buen gobierno.