Comprensiblemente, la atención del país en las últimas semanas ha estado puesta de forma casi exclusiva en la conformación del nuevo Ejecutivo. Desde la espera para la proclamación final del JNE hasta los rumores de los futuros miembros del Gabinete, el Perú parece absorbido por la trama alrededor del futuro inquilino de Palacio de Gobierno y sus decisiones inmediatas. No es para menos. De llegar a Palacio, Pedro Castillo tendrá la responsabilidad principal de levantar al país por encima de las simultáneas crisis sanitarias, económicas y políticas que enfrentamos.Pero si alguna lección debiera dejar los últimos cinco años en términos políticos, esa es que el Congreso no es -ni debe ser- un actor de reparto. Su rol en la gobernabilidad y el equilibrio democrático es tan o más importante que el del Ejecutivo. Por ejemplo, más allá de los desatinos e impericia del presidente Pedro Pablo Kuczynski, fue el Congreso que lo acompañó desde el inicio -liderado por Fuerza Popular- el principal detonante del caos político que siguió. Luego de la controversial disolución de aquel Legislativo por el presidente Martín Vizcarra, el elegido en enero del 2020 e instalado casi en simultáneo con el inicio de la pandemia profundizó muchos de los vicios y yerros de su antecesor inmediato.