Las campañas políticas son emotivas. Las segundas vueltas, más aún. A medida que se acerca el desenlace final de la larga justa electoral, las pasiones y la polarización suben junto con el tono que se utiliza para referirse al rival. Cuando lo que está en juego es tan importante, es normal que existan exabruptos y excesos de parte de los simpatizantes más impetuosos.Pero hay dos observaciones importantes sobre esta reflexión. La primera es que los estándares de respeto y civismo que debe mantener el público en general no son los mismos exigibles a los líderes políticos. Los segundos tienen la responsabilidad de guiar con el ejemplo y transmitir calma y moderación, sobre todo cuando los ánimos de la mayoría aparecen exaltados. La segunda es que la línea roja de la incitación a la violencia jamás se debe cruzar, venga de quien venga. Si la libre expresión tiene algún límite, ese es el más obvio.