Durante el año pasado, la atención del país estuvo centrada, lógicamente, en el combate sanitario al nuevo coronavirus y en sus consecuencias económicas. Pero este no fue el único obstáculo serio que vivió el Perú. Desde marzo pasado, un Congreso fragmentado, impulsivo y demagógico promovió normas miopes, complicó la gestión de la pandemia y causó una crisis política de proporciones históricas -y todo eso antes de cumplir un año de gestión-.El país, sin embargo, no habría extraído demasiadas lecciones de esta triste experiencia parlamentaria. A primera vista, el Congreso electo en las elecciones generales de este mes repetiría algunos de los vicios del actual Legislativo, y le agregaría algunos nuevos. Entre las características compartidas con el actual Congreso está, por ejemplo, la atomización de la estructura parlamentaria. Esta vez serán diez las bancadas las que deberán buscar consensos, con la más grande, de 37 congresistas, perteneciente a Perú Libre.Ante un Legislativo fragmentado, los avances en la agenda de políticas públicas necesarias para el país se ponen cuesta arriba. Más bien, la experiencia reciente demuestra que, -a pesar de las diferencias-, cuando la coyuntura lo permite, los puntos de encuentro regulares entre distintas bancadas suelen ser el populismo y la conveniencia política. Por lo demás, y en vista de la poca cohesión de la mayoría de bancadas, lo esperable es que durante los siguientes períodos estas se dividan aún más.