La pronta vacunación de todos los peruanos contra el COVID-19 es seguramente la promesa que todo candidato presidencial quisiera estar en capacidad de hacer. ¿Qué instrumento, en efecto, podría ser más eficaz para atraerle el voto mayoritario a cualquier aspirante a Palacio que el de crear la ilusión de apartar con un chasquido de los dedos el riesgo de contagio y muerte que pende sobre la ciudadanía y devolverle así la normalidad perdida?El hecho de que lanzar una oferta así sea políticamente rentable, sin embargo, no quiere decir que sea lícito hacerlo. Si las campañas electorales suelen ser en general temporadas abiertas para la formulación de promesas que, a fuerza de falsas, devienen crueles, se diría que, en muchos casos, la que estamos viviendo en estos días linda simplemente con lo perverso. ¿Qué otra calificación cabría darle al manoseo inescrupuloso de una necesidad tan grande de la gente?Veamos algunos ejemplos. El más clamoroso de todos, quizás, sea el del postulante de Alianza para el Progreso, César Acuña, quien ha declarado: "Ni bien sea elegido presidente, viajaré con mis propios recursos a Estados Unidos, China o Rusia para negociar y conseguir 70 millones de vacunas que urgen para inmunizar a todos los peruanos antes de Navidad y Año Nuevo". Pero está lejos de ser el único.