Martín Vizcarra ha pasado de ser un autonombrado héroe anticorrupción a uno de los jefes del Estado más cuestionados de los últimos años. Asimismo, pasó de ser un presidente popular por la manera severa -aunque no del todo efectiva- en la que eligió enfrentar la pandemia del COVID-19 a un funcionario que se vacunó en secreto, junto con su esposa y su hermano, para preservar su salud antes que la del personal médico de primera línea. Todo envuelto en un manto de mentiras descaradas. La lección que nos da este episodio es solo la más reciente en el curso intensivo que nos han dado nuestros políticos en los últimos cinco años y apunta a un solo y triste sentido: todos los funcionarios son dignos de sospecha hasta que demuestren lo contrario. Incluso servidores públicos como la exministra de Salud Pilar Mazzetti, que suscitaban confianza y parecían trabajar con ética y diligencia, nos han decepcionado de la peor manera, cayendo, en su caso, en la tentación de aprovechar su posición privilegiada para hacerse de un bien escaso y vital. (Edición domingo)