Han pasado 320 días desde que el entonces presidente Martín Vizcarra declaró las primeras dos semanas de cuarentena en el Perú en marzo del 2020. En esos tiempos estábamos a ciegas, y el impacto y la eficiencia de las restricciones estaban por descubrirse, pero este segundo aislamiento de dos semanas impuesto en buena parte del territorio nacional por la administración de Francisco Sagasti -desde el 31 de enero- nos pilla mucho más conscientes de lo que se puede venir. Lo aprendido nos deja claro que no hay un segundo que perder y que estos 14 días de encierro no pueden desaprovecharse.Conocemos los costos de acometer confinamientos prolongados y de prorrogar constantemente las medidas más rígidas. Aunque reducir radicalmente las aglomeraciones y las interacciones entre personas contribuye a aplanar la curva epidemiológica, también supone un golpe significativo a la economía. Y la realidad ha demostrado que no existe una disyuntiva tan extrema entre mantener nuestros engranajes productivos en movimiento y preservar la salud: si lo primero no se logra por mucho tiempo, los ciudadanos que necesitan salir a trabajar para alimentar a sus familias lo harán sin importar las disposiciones, afectando inevitablemente lo segundo.En ese sentido, tanto nuestras autoridades como los ciudadanos debemos actuar efectiva y responsablemente durante la cuarentena para hacer que el tiempo cuente y para evitar que 14 días se conviertan en meses. Que eso ocurra sería infligir demasiada presión a un país seriamente golpeado por casi un año de crisis sanitaria.