ASALTO A LA DEMOCRACIA
8 de enero de 2021

La democracia, se ha dicho muchas veces, está lejos de ser un sistema de gobierno perfecto. Y no tiene que serlo, toda vez que es parte de su naturaleza evolucionar con cada elección, con cada ejercicio efectivo del balance de poderes y con cada oportunidad en la que las instituciones funcionan amparándose en la ley. Más que un fin, es un proceso que exige la confianza de los que participan en él y que depende mucho de los cambios y correcciones que puedan darse, cada cierto tiempo, a través de la voluntad popular.Por décadas, Estados Unidos ha sido uno de los países que mejor ha representado estas premisas. Independientemente de cómo se pueda evaluar el desempeño de sus líderes, la transición pacífica y ordenada del poder siempre había estado garantizada, con los vencidos asumiendo su derrota con hidalguía y con la reverencia a la institucionalidad, representada por todos los poderes del Estado, como principal motivación. Tristemente, en los últimos días -y en buena parte de su gestión como presidente-, Donald Trump ha petardeado esta tradición, dañando adrede aquello que por tanto tiempo caracterizó a la potencia del norte.Las imágenes registradas el miércoles pasado representan el epítome de una administración que ha hecho tambalear sistemáticamente los cimientos de su país. Las hordas de fanáticos del aún mandatario que irrumpieron en el Capitolio, columna vertebral del sistema político de esa nación, para sabotear el proceso que consolidó la victoria de Joe Biden, fueron una imagen insólita en uno de los ejes mundiales de la democracia liberal. Todo con la poco soterrada anuencia del señor Trump, quien, desde que perdió la elección de noviembre, se ha negado a aceptar su derrota y ha difundido, a diario, información falsa sobre un supuesto fraude.