Con todo el respeto hacia los que dedican sus vidas a temas religiosos, siento que está muy mal que, por el solo hecho de ser religiosos, el Estado se sirva de éstos para distintas tareas que le competen directamente. No es privativo de este gobierno, viene de siempre. Cada vez que hay una situación complicada se lleva a un cura para llegar a una solución. Es cierto que con el paso del tiempo la Iglesia ha perdido preeminencia en las decisiones políticas del país y se ha dedicado más a sus labores eclesiales, pero hubo un tiempo en que se mezclaban mucho el Estado y la Iglesia. La lógica detrás de esto es que en muchos lugares la autoridad -basada en credibilidad-, hoy como antes, sigue en las iglesias. Los peruanos de los lugares más alejados se sienten mucho más identificados con el cura o el pastor de la zona que con cualquier alcalde o prefecto. Decididamente, nuestras autoridades no han hecho mucho por revertir esta situación y hoy se acude cada vez más a las iglesias. ¿Puede realmente saber algo un hombre de Iglesia sobre la racionalidad detrás del precio de los minerales o sobre la mejor forma de dotar con agua potable a una zona determinada o sobre la conveniencia de transferir al privado una central eléctrica? Probablemente sí, pero únicamente cuando se conjuguen en una misma persona la calidad de pastor y la del especialista en uno u otro tema. Allí se usa a la persona por su especialidad y no por ser un miembro del clero. Lo que estamos haciendo es usando a las iglesias para "bendecir" los actos complicados de gobierno. El Estado debe estar formado por instituciones fuertes, lo que equivale a instituciones con credibilidad, para así dejar de acudir a las iglesias para todo. El Estado tiene que recuperar la autoridad perdida. ¿Cómo se hace? Retomando el liderazgo, demostrando seriedad en el manejo de los temas de Estado, pero sobre todo comprendiendo cuál es su rol y reconociendo que éste se debe cumplir incluso en los casos más difíciles. Al Estado no le queda otra que emular a las iglesias. Buscar un buen pastor que, aplicando una doctrina, guíe a este rebaño y que, para cerrar con broche de oro, lo logre llevar a la vida eterna, señala Cecilia Blume.