Hace más de nueve meses, con la llegada del COVID-19 a nuestro país, el Gobierno declaró el estado de emergencia e impuso una rígida cuarentena para frenar la propagación de la enfermedad. Además del cierre de comercios (que en algunos casos terminó por quebrarlos) y la prohibición de todo tipo de reuniones y actividades sociales, también se suspendieron las clases presenciales en los colegios de todo el territorio nacional. La situación forzó una rápida adaptación a la educación a distancia vía Internet y a la implementación, desde el Ministerio de Educación, del programa Aprendo en Casa, que busca ofrecer las sesiones lectivas a través de diferentes medios, como la televisión.Desde todos los frentes, tanto el privado como el público, los esfuerzos por adaptarse a circunstancias tan adversas y atípicas han sido loables. Montar desde cero y en tiempo récord sistemas de enseñanza que prescindan de las aulas no es poca cosa. Sin embargo, la crisis de marras está suponiendo un durísimo golpe a los estudiantes escolares, especialmente para aquellos con acceso limitado a las herramientas tecnológicas necesarias para trasladar los salones a sus casas. Debe tomarse en cuenta, por ejemplo, que, según la Encuesta Nacional de Hogares al 2019, solo el 32,1% de los hogares cuenta con una computadora o laptop. Asimismo, solo el 35,9% cuenta con acceso fijo a Internet.