Hasta hace pocos meses, el Perú no se percibía como un país ad portas de entrar en celebraciones históricas por sus 200 años de independencia. La pandemia del COVID-19, la crisis económica profunda, las tensiones entre el Legislativo y el Ejecutivo, entre otros asuntos gravitantes, habían secuestrado -comprensiblemente- la agenda. El país, así, no se había dado un respiro para reflexionar sobre sí mismo -sus logros, retos, errores y oportunidades- a propósito de su bicentenario. El estallido de la crisis política cambió dramáticamente la situación. Los movimientos ciudadanos en protesta por el gobierno de Manuel Merino y la subsiguiente toma de mando del presidente Francisco Sagasti han revitalizado el interés por buscar un significado colectivo de país. Del caos y la tragedia que siguieron a la vacancia presidencial de Martín Vizcarra nace un Perú con nuevos bríos para examinarse, medir sus fuerzas y exigir cambios.Si bien es difícil encapsular una narrativa que aún se encuentra en formación y desarrollo, las causas comunes giran alrededor de una mejor representatividad democrática, una política libre de corrupción, una nueva relación entre autoridades y ciudadanos, y un Estado justo, que respeta la institucionalidad y que pone al ciudadano al centro de sus decisiones. Los movimientos fueron en contra de la forma irresponsable del Congreso de vacar a un presidente y de un gobierno prepotente y represor, pero su implicancia ha ido mucho más allá y es hoy motivo de esperanza para encaminar modificaciones sustanciales en la manera en que se ha gobernado al Perú.