La convulsión política de las últimas semanas, gatillada por la inoportuna decisión del Congreso de vacar al presidente Martín Vizcarra y profundizada por el pobrísimo y torpe gobierno de Manuel Merino, ha hecho que, desde algunos frentes, vuelva a sugerirse el cambio de Constitución como una medida ideal para superar las dificultades que enfrenta el país.La idea la han traído a colación múltiples candidatos a la presidencia -sobre todo los de izquierda-, ha sido repetida por algunos de los manifestantes que se hicieron de las calles en los últimos días y, de acuerdo con una encuesta de Datum publicada en octubre, sería una propuesta apoyada por el 56% de peruanos. Pero nada de lo anterior basta para negar lo evidente: emprender el camino a una nueva Constitución sería una decisión errada.Para empezar, es importante tomar en cuenta que para cambiar la Carta Magna hará falta elegir una asamblea constituyente (un proceso que, es necesario decir, no está expresamente detallado en nuestro ordenamiento jurídico). Eso quiere decir que los electores deberán seleccionar, entre los partidos políticos existentes, a quienes los representarían ante este órgano. Y el problema con ello es claro: se tendrá que escoger, para llevar a cabo la tarea, entre muchas de las agrupaciones que han sido artífices de las crisis que hemos enfrentado en los últimos cinco años. Si por tanto tiempo nos ha preocupado el trabajo legislativo de personas con intereses subalternos o poco preparadas, emanadas de tiendas políticas débiles o improvisadas, la idea de encargarles a estos mismos grupos la redacción de un documento que regirá el futuro del país por tiempo indefinido sería imprudente.