APURO Y ABSTINENCIA
11 de junio de 2020

Cuando alguien vota por un candidato al Congreso, lo hace con la esperanza de que, si sale elegido, lleve su voz y su opinión a ese foro fundamental, donde se elaboran las leyes y se fiscaliza a los otros poderes del Estado. Eso suele ser también lo que los postulantes ofrecen a los ciudadanos para ganar su respaldo: ser los legítimos voceros de las posiciones políticas e ideológicas sobre las que basaron sus campañas y, en esa medida, de quienes las suscriben.En otras palabras, de quien pidió el apoyo en las urnas para representar, por ejemplo, las ideas del ambientalismo se espera que haga exactamente eso en el Parlamento. Y de quien se comprometió a vigilar la prudencia fiscal en el proceso de debate y aprobación de las normas con impacto económico, también. Lamentablemente, no es ese tipo de comportamiento el que ha caracterizado a las representaciones nacionales que se han sucedido en el Palacio Legislativo durante nuestra historia republicana.Hasta donde la memoria le alcanza, cualquier peruano puede evocar a congresistas incumpliendo promesas de campaña o votando en el hemiciclo en contra de las posturas que le permitieron acceder a su curul: una conducta cuya manifestación más dramática es con frecuencia la del transfuguismo o el salto de bancada.