Todo parece indicar, hasta ahora, que a partir del lunes de la próxima semana entraremos en una etapa distinta de la emergencia. Una en la que algunas de las restricciones referidas a la movilidad social y la actividad económica serán levantadas. Es lo que el Gobierno sugirió al anunciar la última extensión de la cuarentena, dos semanas atrás, y es a lo que apuntan también las disposiciones relativas a la reanudación de las operaciones de determinados sectores del comercio, la minería, la pesca y la construcción aparecidas en los últimos días.‘Sugerir’ y ‘apuntar’ no son, sin embargo, los verbos que más convienen a la coyuntura que se avecina. Uno de los problemas que enfrentamos con relación a ella radica precisamente en la escasa claridad de lo que se anuncia. Cumplidos los protocolos que se exijan, aparentemente un número relevante de empresas podrá empezar a funcionar otra vez. ¿Pero qué hay de la gente? ¿Qué podremos hacer y de qué tendremos que seguir absteniéndonos los ciudadanos comunes desde el lunes?¿Nos estará permitido salir de casa para asuntos distintos que la compra de lo esencial o la atención de urgencias por motivos de salud? ¿Podrá hacerlo más de una persona por hogar? ¿Seguirá rigiendo el toque de queda? Y si es así, ¿entre qué horas? ¿Continuará la orden de inmovilidad total los domingos? A propósito de todo esto, nos movemos sencillamente en el reino de lo tácito.Por un lado, la ausencia de información parece obedecer a una cierta perplejidad del propio Gobierno sobre qué conviene autorizar y qué no. Y por otro, a la evidencia de que existe una creciente inercia en la población a ir desacatando lo que le resulta impracticable. Concretamente, lo que le impide satisfacer sus necesidades diarias de subsistencia.