Dos días atrás, recordábamos en El Comercio que, en medio de la emergencia sanitaria en la que nos encontramos por la pandemia del COVID-19 (que hasta la mañana de ayer había causado la muerte de 83 peruanos y contagiado a más de 2.280), hemos presenciado un despliegue denodado de algunos profesionales que forman la primera línea de ataque para que las medidas dictadas por el Gobierno en las últimas semanas surtan efecto; o, en otras palabras, para que todos los ciudadanos estemos un poco más protegidos.Médicos, administrativos de los centros de salud, personal de limpieza, trabajadores de las áreas consideradas esenciales por el Ejecutivo, policías y militares, periodistas y canillitas, entre otros, han visto prolongadas sus jornadas laborales, desempeñándose en no pocas ocasiones, además, con equipamientos que ponen en riesgo su salud y la de quienes están más cerca de ellos.No obstante lo anterior, las situaciones complicadas como las que atravesamos hoy -que, en efecto, pueden traer consigo actitudes encomiables y plausibles- no están a salvo, lamentablemente, de lo otro: de los comportamientos oportunistas y despreciables que nos recuerdan también que los virus más peligrosos no son solo aquellos que nos enferman.