El país cumplió ayer con las elecciones complementarias que mandaba la Constitución para completar el período del Congreso anterior. Al margen de las controversias sobre la "denegación fáctica" de la cuestión de confianza que motivó el cierre del Legislativo, lo cierto es que desde hoy se abre una nueva etapa para la vida democrática nacional.El proceso, extraordinario por su naturaleza, tuvo sin duda algunos bemoles e incertidumbres que las autoridades electorales no supieron manejar siempre con solvencia. La decisión extemporánea sobre la posibilidad de que congresistas del período pasado culminen su mandato, las exclusiones formalistas de más de un candidato por asuntos menores y subsanables, la falta de advertencia sobre postulantes con acusaciones o procesos judiciales pendientes, entre otros problemas, se asomaron para empañar los comicios. Sin embargo, haciendo las sumas y restas, no se debe dejar de reconocer que, aun con el cronograma ajustado en medio de una situación inédita para nuestra democracia, las elecciones se pudieron celebrar con relativa normalidad. Los resultados de ayer son nada menos que una expresión directa de la voluntad popular, y como tal deben ser respetados.Quizá lo que más llama la atención de esta voluntad popular es la amplia dispersión del voto. Según el último conteo rápido de ayer, 10 agrupaciones tendrían escaños en el siguiente Congreso. A diferencia de otros ciclos políticos en los que al cabo de algunos años se termina con un gran número de grupos dadas las escisiones en el interior de los partidos, este ciclo corto se inicia con una estructura ya atomizada.