A diferencia de otros vecinos de la región agobiados por problemas económicos complejísimos, el Perú es quizás el país donde las aspiraciones de progreso y desarrollo son absolutamente alcanzables. Las finanzas públicas están aún relativamente bien manejadas, la inflación permanece bajo control, las reservas internacionales son cuantiosas, la apertura comercial y los TLC dan acceso preferencial a los mercados más grandes del mundo, el nivel de la deuda pública es bajo, la calificación crediticia sobresale en la región, el acceso privado y público al financiamiento internacional es óptimo, y abundan proyectos privados rentables y públicos para satisfacer demanda existente en vivienda, en transporte, en telecomunicaciones, en energía, en comercio, en salud y en educación. Sectores enteros como minería y agroindustria representan riquezas insospechadas. Se tiene la garantía de un Banco Central independiente de clase mundial. Y lo más importante, ostenta la proverbial laboriosidad de la población.Sin embargo, el conflicto político y la falta de gobierno efectivo que definen la situación presente llenan los espacios en los periódicos y los programas en televisión. En medio del ‘todos contra todos’ político, se asienta en la ciudadanía cada vez más la noción de que los problemas acuciantes que le aquejan permanecen sin solución a la vista. Peor aun, más allá de problemas desatendidos, crece la ansiedad por la falta de una visión de futuro, y como pocas veces en el pasado, se ha dejado de oír algún mensaje que proclame una clara aspiración de país.La razón para este desaliento desciende desde los poderes del Estado abstraídos en la acrimonia y el enfrentamiento alrededor de temas que la población no comprende, o con o sin razón, considera banales para la solución de sus problemas más apremiantes, señala Roberto Abusada Salah, presidente del Instituto Peruano de Economía (IPE).