La renuncia de un legislador a la bancada de la organización por la que fue elegido es un evento penoso pero, a veces, inevitable. ¿Qué puede hacer, en efecto, un congresista que llega a la conclusión de que la plataforma política desde la que él y sus compañeros de lista le pidieron el voto a la ciudadanía está siendo traicionada o dejada de lado?Es a ese fenómeno, sin duda, que el ya famoso pronunciamiento del Tribunal Constitucional sobre la regulación de los grupos parlamentarios se refiere al señalar que tales renuncias no están prohibidas "en el supuesto de disidencia por razones de conciencia debidamente justificadas".Desde luego que, aun en el contexto de esas precisiones, existe una vasta zona gris en la que las justificaciones para tal decisión han de parecerles a unos absolutamente consistentes y a otros, no tanto. Pero cuando de pronto una renuncia anunciada o hecha efectiva trata de ser revertida o es demorada con la aparente complacencia de quien la presentó en origen, es evidente que estamos ante un trance más bien frívolo.