Ayer Raúl Castro dejó formalmente del cargo de presidente de Cuba. Su salida, conocida desde diciembre pasado, no deja de resultar significativa, principalmente para todas las generaciones de cubanos que nacieron tras la revolución de 1959 y que crecieron sin conocer un líder que no se apellide Castro. La transición de poder entre Raúl y Fidel hace 12 años resultó en más continuidad que cambio. Si bien Raúl realizó algunas reformas económicas y gestos diplomáticos durante su tiempo como gobernante para mostrar un aparente esfuerzo de abrir la isla, hubo otros asuntos neurálgicos de la tiranía liderada por su hermano Fidel que permanecieron incólumes durante su administración. Estos son, por supuesto, las restricciones al libre movimiento de cubanos, el control a la economía, la persecución política, el acallamiento de la oposición y la censura de la prensa libre. Y en la medida en que el flamante mandatario Miguel Díaz-Canel fue forjado y apadrinado por el menor de los Castro, es difícil imaginar que el régimen vaya a sufrir un viraje, al menos mientras un Castro siga vivo.