LO QUE SIGNIFICA SER ESTADISTA
5 de julio de 2006

En los últimos días, connotados voceros del aprismo han generado una exagerada e insana polémica en torno a supuestas bombas de tiempo que estaría dejando el actual gobierno al próximo. Reiteradamente hemos ponderado el tino del presidente electo Alan Gacía para tratar delicados temas, por ejemplo la áspera conducta de su contrincante Ollanta Humala al conocerse los resultados, su medida posición en su viaje a Chile y las conversaciones con el presidente brasileño Lula da Silva. Esto, dijimos, era un auspicioso comienzo y debía marcar la tónica de lo que debía ser un gobierno responsable y abierto que privilegie el bienestar del país por encima de los intereses partidarios o coyunturales.Subrayamos ahora esta percepción, que es la de la mayoría de ciudadanos, los que, con su voto, han dado una nueva oportunidad de reivindicarse al doctor García, luego de su desastroso gobierno pasado. Por lo mismo, no debe prestar oídos a los coros áulicos de quienes solo buscan encaramarse al poder o ubicarse preferencialmente en su entorno de asesores gubernamentales, con denuncias interesadas.Y es que, trátese de tarifas de agua embalsadas, falta de liquidez en las arcas del Estado o aumento de la planilla pública, esas denuncias no tienen mayor sustento. Es más, solo apuntarían a eximir al gobierno entrante de tomar medidas impopulares.Lo cierto es que, como pocas veces en nuestra historia, el Apra recibirá un país con estabilidad macroeconómica, inflación casi inexistente, financiamiento externo fluido y un acumulado de reservas internacionales por más de 14 mil millones de dólares (una situación en las antípodas de la que el gobierno aprista dejó el Perú en 1990).A partir de allí, el doctor García debe tomar la posta de la administración del país y si quiere hacer un gobierno moderno y eficiente, tiene que estar dispuesto a tomar medidas impopulares. No siempre se puede satisfacer a todos. Eso sería demagógico e irresponsable, pues podría abrir las puertas a la farra fiscal e incluso poner en riesgo la gobernabilidad democrática, que tanto nos está costando reconstruir.