Hubo un tiempo en que la teoría del piloto automático en el manejo económico parecía suficiente para algunos. Mientras las cifras de expansión del PBI se inflaban y la pobreza caía a tasas récord, se veía poca necesidad ajustar las tuercas al modelo. La velocidad del crecimiento económico de años pasados fue efectiva en ocultar que la estructura productiva del país aún requiere acciones importantes y no inercia institucional.Pero toda ilusión debe llegar a su fin. Los últimos informes del Banco Mundial y del Foro Económico Mundial confirman el pasme en el que ha caído el impulso de reforma económica del Perú. El primer documento, publicado la semana pasada y llamado "Doing Business", "proporciona una medición objetiva de las regulaciones para hacer negocios y su aplicación en 190 economías". En su edición más reciente, el Perú retrocedió por cuarto año consecutivo para ubicarse en la posición 58.Las debilidades más claras en el ránking están en la facilidad para abrir un negocio y para pagar impuestos (por ejemplo, para una empresa de dimensiones medianas tomaría cerca de 260 horas al año cumplir con los tributos); precisamente aspectos que son claves en la lucha contra la informalidad. Si bien el Perú está tercero en la región -superado por Chile (55) y México (49)-, en una economía altamente globalizada como la actual, la tendencia es preocupante.La historia del "Doing Business" para el Perú empata de forma coherente con la narrativa que se obtiene de la publicación del Foro Económico Mundial: el Informe Global de Competitividad. Como hemos mencionado ya en estas páginas, en su edición de este año, publicada hace poco más de un mes, el Perú retrocedió cinco posiciones para ubicarse en el puesto 72 entre 137 países evaluados. Ello solo refuerza la tendencia negativa que se ve desde el 2013, año en que alcanzamos nuestra mejor posición (61 de 148), y nos coloca como la economía menos competitiva de la Alianza del Pacífico. Instituciones, salud, educación primaria e innovación siguen siendo nuestros aspectos más débiles.Llegado este punto, hay una pregunta elemental y honesta que plantearse: ¿a alguien realmente le sorprende este deterioro progresivo? Puesto de otra manera, ¿cuándo fue la última vez que se plateó una reforma sustancial del sistema de justicia peruano? ¿Qué se ha hecho para podar la maraña burocrática que con el tiempo ha crecido como una enredadera y ahoga los esfuerzos de los empresarios? ¿Quién se ha enfrentado a las mafias que operan en el sistema de salud peruano y que drenan sus recursos? Al largo etcétera le sigue silencio.Queda claro que la responsabilidad del escenario descrito no es exclusiva de este gobierno. La indolencia con las reformas estructurales y el sesgo hacia el piloto automático viene de varios años atrás. Y ahí toca pedir cuentas a quien corresponda. Sin embargo -a pesar del interesante impulso inicial que pareció imprimirle el ex primer ministro Fernando Zavala a la nueva administración con los decretos legislativos de inicios de año-, a la fecha no se percibe un cambio de visión o un afán por romper con la inercia.Quizá sea mucho esperar que el actual Congreso lidere el cambio necesario. Pero en El Comercio creemos que tanto ese poder del Estado, como el Gobierno (que tan poco ha hecho hasta ahora para mejorar el ambiente económico para quienes quieren hacer empresa y crear riqueza), no deberían vacilar en plantear los debates urgentes. En este juego el que no avanza en realidad retrocede.