En un artículo publicado ayer en este Diario, el congresista Kenji Fujimori intentó explicar el origen de sus frecuentes desavenencias con la posición oficial de Fuerza Popular y el nuevo proceso disciplinario que se le ha iniciado dentro de la organización denunciando la existencia de una supuesta "dictadura de quienes se han encaramado en los cargos dirigenciales" del partido y, sobre todo, formulando una pregunta retórica. "¿No es suficiente sanción acaso ver al partido que ayudé a fundar tomado por esos pretendientes y a nuestra lideresa, mi hermana, secuestrada?", escribió él. Su argumentación trajo inmediatamente a la memoria una observación parecida que, hace menos de un año, el parlamentario oficialista Gilbert Violeta incluyó en medio de una conversación por Telegram con algunos de sus compañeros de bancada y que se hizo pública a raíz de una filtración. En ella, Violeta afirmaba: "Yo me siento un tonto útil que solo ha servido para poner un presidente que ha sido secuestrado por un grupo de poder". Lo que las dos aseveraciones tienen en común, evidentemente, es la idea de que los líderes políticos a los que supuestamente ellos están subordinados han sido alejados del contacto con la realidad -y con ello del buen camino que normalmente seguirían- por acción de un entorno con intereses propios: una tesis ciertamente llamativa y provocadora de titulares... pero en esencia inverosímil.