No son pocas las venas que comparten el libre mercado y la política en democracia. En ambas esferas se compite para satisfacer de la mejor manera las necesidades y preferencias de los consumidores y votantes; de lo contrario el esfuerzo empresarial o partidario se hace insostenible y fútil. Pero las coincidencias no son plenas. Mientras que al productor de golosinas o al financista le basta con mantener el favor de sus clientes frente a la competencia para cumplir con su misión, al ministro o al congresista se le exige mucho más. De hecho, la responsabilidad principal de los políticos pasa por gestionar el Estado y los recursos públicos de la mejor manera posible, aun si eso en ocasiones puede hacer mella en sus índices de popularidad. La política se empequeñece cuando se convierte en una lucha por cuotas de poder antes que en una por mejorar la calidad de vida de la gente.