Si Ollanta Humala no se mete cada día en un nuevo aprieto, alguien se encarga de hacerlo.Ahora lo hacen hasta sus más cercanos socios, como Carlos Torres Caro, congresista electo y ex postulante a la segunda vicepresidencia, que no contento con renunciar a las filas de Unión por el Perú (UPP), el partido adoptivo de Humala, ha empleado 30 minutos de discurso público para desenmascarar al líder nacionalista, acusándolo de dejarse llevar en procesión por la vieja izquierda maoísta y moscovita (¡qué tal combinación!) que busca una nueva oportunidad de metamorfosis en la política peruana.En vista de que como perdedor de las recientes elecciones ha demostrado que no buscaba sino aprovecharse de la democracia para llegar al poder, Humala parece no tener otra alternativa que unir su proyecto sedicioso al de aquellos que arrastran una constante pérdida histórica en la vida política del país. Al final de cuentas, se trata de una izquierda que no tiene por qué extrañarse de una relación con un líder socialnacionalista que persigue lo mismo: la destrucción de cualquier forma civilizada de gobierno como la democracia, con todas sus dificultades y libertades, su crecimiento en mercado abierto y su lucha por una mejor distribución de ingresos, su reclamo por un Estado más eficiente y su reto por combatir la pobreza crítica allí donde esta representa la mayor agresión a la dignidad humana.Humala hubiera deseado arrastrar al Perú hacia los proyectos políticos autoritarios de Hugo Chávez o Evo Morales, y con ello hacerlo retroceder otros treinta años. Por supuesto que no le habría importado. En su objetivo no tenía nada que perder, ni siquiera un partido propio ni menos una trayectoria política reconocida. Sí tenía mucho que ganar: poder político y eventualmente poder militar, porque de hecho su candidatura contemplaba recostarse en la estructura militar, lamentablemente todavía frágil y vacilante y propensa, por eso mismo, a caer en la complicidad autoritaria, como le fue fácil manejar a Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos.Que no nos llame, pues, a sorpresa que los mismos grupos izquierdistas que alguna vez adhirieron el proyecto dictatorial de Velasco y también, bajo ciertas máscaras, el proyecto senderista, aparezcan de pronto cobijados por la ingenuidad o el pragmatismo de Humala, que sin duda aspira aliarse con esos grupos en la trinchera violentista opositora que prepara para esconder su derrota en las urnas electorales.A Torres Caro no le ha espantado el radicalismo de Humala. Lo conocía perfectamente. Y a lo largo de la campaña electoral no se le movió un solo pelo cada vez que el líder nacionalista despotricaba contra la democracia y las libertades.Lo que ha llevado al parlamentario electo a pisar la vereda de enfrente ha sido el hecho de que el entorno izquierdista de Humala ya le había quitado sitio, voz e influencia. Para lo que quiere Humala en las calles o detrás del monte le es más importante la compañía de un Carlos Tapia que la de un Torres Caro dispuesto a defender en el Congreso el Estado de derecho que durante el fujimorismo lo pasó por alto, señala Juan Paredes Castro.