El peso de la Presidencia en la política peruana acaba proyectando en el ciudadano común y corriente la sensación de que hay un solo ganador en la elección. Sin embargo, una mirada más profunda del resultado permite entender mejor lo sucedido y evaluar bien sus consecuencias futuras. Alan García es, sin duda, el principal triunfador de la elección. Por su parte, Ollanta Humala no logró su aspiración presidencial, pero sí consiguió un capital político de peso -casi la mitad de los votos válidos, especialmente de los más pobres; primera fuerza parlamentaria; predominio electoral en 15 regiones- que le otorga el liderazgo de la oposición y una proyección exitosa para la elección de noviembre.También contribuye a este posicionamiento de Humala, en el momento actual, la ausencia de otras figuras políticas dispuestas a adoptar dicho papel o con la capacidad real de hacerlo. Lourdes Flores y Valentín Paniagua salen muy golpeados de la elección, mientras que Luis Castañeda prefiere no meterse en líos que malogren su perspectiva electoral dentro de seis meses. Sin embargo, el poder en el Perú -es decir, la capacidad real de influir sobre el curso de los eventos relevantes- siempre es efímero y, así como llega, se puede ir.Eso le podría ocurrir a Ollanta Humala. Por un lado, la consistencia de 'su' bancada parlamentaria es -como se constata en estos días- débil. Su fuerza política se diluiría si empieza a perder algunos de los 45 congresistas de 'su' bancada.Por el otro, su poder también se mellaría si insiste en las razones que lo hicieron perder la elección: discurso beligerante o la falta de un deslinde tajante con Hugo Chávez.Ciertamente, el rol de opositor a Alan García es el que más le conviene a su proyección futura personal, pero este papel -y el capital político que lo sustenta- debe saber administrarlo con sagacidad y prudencia, sin cruzar el lindero que lo convierta en petardista, y apostando por la historia en lugar de hacerlo por la histeria. Por lo visto ayer, quizá le convengan unas vacaciones para volver con la cabeza fría, señala el director de Perú 21, Augusto Álvarez Rodrich.