Los últimos días de campaña electoral se han convertido en un peligroso campo minado de denuncias, insultos y desesperadas maniobras psicosociales de demolición de imagen, que amenazan con perturbar una transferencia democrática trascendental para el país.Y, relacionado con ello, nuevamente el mandatario venezolano Hugo Chávez se permite insultar no solo al candidato Alan García sino también al presidente Alejandro Toledo, lo cual demuestra una inaceptable falta de respeto a los peruanos, la que rechazamos con energía y justificada indignación. Ningún presidente extranjero puede inmiscuirse en nuestras elecciones para apoyar a unos y denostar a otros, y menos para atacar a nuestro presidente quien, quiérase o no, representa a la nación y a todos los peruanos. Por ello, si hay que invocar y exigir a los candidatos el retorno a la cordura y el fin de la guerra sucia, el Perú tiene que rechazar las bravatas impertinentes de Chávez y tratarlo como lo que es: un autócrata e intolerante que pretende ampliar su nefasta influencia hacia otras naciones del área, bajo el influjo ideológico de Castro y el poder de los petrodólares. Es lo que, con descaro y para vergüenza de los bolivianos, está haciendo ya en el país altiplánico al aterrizar allí cuando le place y dar instrucciones a su presidente, Evo Morales, sobre cómo y en qué plazos reformar... ¡la Constitución Boliviana!Tal prospecto es simplemente intolerable para la peruanidad. Por lo mismo, nuestra Cancillería tiene que actuar en consecuencia, haciendo del rechazo de la conducta chavista una cuestión de Estado. Si por un lado hay que exigir a la OEA una actitud más seria para ejecutar la Carta Democrática y sancionar a Chávez, del otro lado debe evaluarse más detenidamente la posibilidad de tomar medidas diplomáticas más severas --aparte de retirar a nuestro embajador-- como podría ser la ruptura de relaciones. Sería una situación lamentable, pero es a lo que nos estarían llevando los delirios intervencionistas del ex coronel golpista.