Se pensó que serían David y Goliat del verbo político, pero protagonizaron un debate que en lo programático no tuvo mayores sorpresas. Los dardos de uno y otro lado fueron predecibles. La serenidad de Alan García y su dominio de escena es lo usual. Los enredos verbales de Ollanta Humala para manifestar sus frases con autoridad, han sido el pan de cada día durante su campaña. Lo único que estuvo fuera del libreto fue la tardanza del líder nacionalista, quien se hizo esperar como novia por más de diez minutos mientras se tomaba un agua mineral en un local cercano al Museo de Arqueología, Antropología e Historia.Por eso más allá de los discursos que cada cual preparó para la noche, y que fueron simplemente un ajustado resumen de las promesas de campaña ya conocidas, el mensaje más fuerte que se puede rescatar de sus presentaciones fue el que dieron con sus actitudes, con sus gestos, con sus comportamientos. García y Humala fijaron posiciones en sus maneras políticas, en sus modos, pero no en el fondo.Así, desde el saque, el líder nacionalista mostró su irreverencia. Se negó a retirar la pequeña bandera peruana que había colocado en su podio. Y cuando se le exigió que la sacara respondió, simplemente, que lo hiciera otro. En sus intervenciones utilizó un lenguaje popular: habló de chamba para los pobres, se refirió a la posibilidad de que a los presidente regionales "les crezcan las uñas", cuando señaló la necesidad de fiscalizar el uso de recursos por esas autoridades. Y para romper con la tradición, llegó en saco marrón y camisa, pero no "a la tela", como diría él, a diferencia de su rival que sí lo hizo.García Pérez, aplicado alumno de la política peruana -cuando menos en teoría-, apareció en escena con un serio sastre plomo a rayas. Nunca alzó la voz, hizo una especie de mea culpa al final de su participación por los errores de su gobierno anterior y hasta agradeció a su contrincante electoral por haber debatido con él en tono amable y conciliador. En las calles de Pueblo Libre, decenas de nacionalistas se reunieron para apoyar a su candidato. Los apristas hicieron lo propio.Fue evidente que ambos candidatos llegaron al encuentro con sus dardos bajo el brazo. Pero fue notorio también que Humala estaba dispuesto a usar todas las armas, mientras que García trataría de utilizarlas dosificada y convenientemente. Es decir, solo cuando sabía que su respuesta serviría para voltearle la tortilla a su contrincante.