Hasta las 10:30 de la mañana de ayer, el domingo electoral se vivía dentro de la más pacífica normalidad. Cero incidentes y escaramuzas reportados en la radio. Ninguna denuncia grave en la televisión. Mucho civismo, democracia y una población volcada animosamente hacia las calles. Cierto que en las primeras horas del día, entre las 8 y las 9, hubo retrasos en la instalación de algunas mesas. Y algo de desconcierto entre los votantes y miembros de mesa primerizos. Y cierto también que existió un mínimo desorden, producto de la desinformación de varios electores, que llegaban a sus centros de votación en medio de una infinita desorientación: ¿Dónde me toca? ¿Cuál es mi mesa? ¿Y ahora qué hago? Poco faltó para que alguno consultara quiénes eran los candidatos. Pero salvo esos típicos escollos, la jornada transcurría --repetimos-- sin mayores accidentes, casi impecablemente. Hasta las 10:30. A esa hora, todas las pantallas y emisoras devolvían una sola noticia: el ingreso del líder de Unión por el Perú, Ollanta Humala, a la Universidad Ricardo Palma bajo una prolongada y hostil cortina de insultos. Mientras emitía su voto en uno de los salones, Humala debió escuchar --además de los teledirigidos flashes de la prensa-- un parejo eco de adjetivos entre los que figuraba el de ¡asesino! .Sus seguidores, asumiendo que los ataques provenían de simpatizantes de Lourdes Flores, lanzaron gritos contra la candidata de Unidad Nacional y avivaron aun más la improvisada rencilla.