TÍA MARÍA: LA ECONOMÍA POLÍTICA DE LAS EMOCIONES
5 de mayo de 2015

Mucho miedo. También hay resentimiento -odio quizás- y simpatía, pero es sobre todo la emoción del miedo el movilizador central en el caso del proyecto minero Tía María.Miedo de los agricultores del valle de Tambo a que la minería afecte negativamente la economía local, reduciendo el flujo del agua y contaminándola. Este miedo es caracterizado como "irracional" o "desinformado" por los analistas de la prensa escrita y la televisión. La minería y la agricultura pueden coexistir, leemos y escuchamos, y que entonces oponerse al desarrollo económico no puede ser sino el resultado de la manipulación externa de los miedos de los agricultores.No es el único miedo en vitrina. También está el miedo a que la máquina del progreso se detenga, miedo sentido por quienes nos venimos beneficiando claramente del crecimiento económico. Tía María no es sobre Tía María, es sobre "el modelo". Si hoy ganan los que hemos bautizado como "antimineros", mañana la inseguridad económica se habrá instalado, se acabará el crecimiento y el chorreo.El miedo viene, en muchos casos, acompañado de resentimiento. Entre los que se oponen al proyecto hay resentimiento por un estado de las cosas que consideran injusto. El Censo Agrario del 2012 documenta la expansión de la percepción de que el agua está más contaminada en los distritos mineros, respecto a lo registrado en el Censo Agrario de 1994. Si junto a esa percepción se observa que no existe en el Estado o la industria un interés por solucionar el problema percibido, crece el resentimiento. Más concretamente para el caso de Tía María, Southern tiene una pésima trayectoria ambiental, con la Bahía de Ite como el más visible "legado ambiental", que habrá generado no poco resentimiento local.En la otra esquina también hay resentimiento. La injusticia aquí percibida es que un grupo minoritario impide el desarrollo económico de la mayoría, idea articulada con inusitada transparencia en El Perro del Hortelano de Alan García. Las ideas vienen acompañadas de emociones. En ocasiones, las emociones mutan en racionalidad de manera inconsciente. Y las pasiones pueden ser más fuertes, podría haber odio en vez de o junto a resentimiento. Odio, por ejemplo, a un grupo étnico o a un color de piel al que se le atribuye un conjunto de características naturalizadas, como la holgazanería. O a los opositores ideológicos, como "los terroristas antimineros".También podemos observar simpatía. Se tiene simpatía por aquellos que se creen "que son como uno". Por ejemplo, en Estados Unidos los migrantes ayudan a otros migrantes, sin conocerlos, porque vienen del mismo lugar de origen, así sea un lugar imaginado, como "la patria grande latinoamericana". Y entonces, ¿un agricultor del valle de Tambo nos merece a los limeños la misma simpatía que un tablista de La Pampilla? La economía hace poco que volvió a mirar el ámbito de las emociones, la economía conductual. Un desarrollo muy saludable que complejiza el entendimiento de la racionalidad económica en un mundo social caracterizado por la incertidumbre. Lo que poco hace esta línea de investigación, sin embargo, es preguntarse por el rol de la historia. Y hay mucha historia detrás de las emociones listadas: desigualdades, contaminación, inseguridad. ¿Por dónde empezar a cambiar la historia, entonces? Lo más obvio es el EIA de Tía María: ¿qué hace el Ministerio de Energía y Minas aprobándolo?, señala José Carlos Orihuela, Profesor del Departamento de Economía de la PUCP

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